miércoles, 15 de abril de 2015

Amores anónimos

Llegaron a la esquina y se dieron un beso. No cualquier beso. Un beso de película, ella inclinada unos centímetros hacia atrás, el pelo volando en el viento. Un beso que duró todo el semáforo. Se separaron sonriendo, como esa gente que guarda promesas en los ojos. Ella avanzó sobre el puente y se desdibujó a lo lejos, entre las nubes grises.
¿Quién escribe esas historias de amor anónimas? Alguien debería.

martes, 20 de enero de 2015

¿Qué es la felicidad, mamá?

¿Qué es la felicidad, mamá? Le preguntó Nico a Mariana una tarde de junio. Ella miró por la ventana, esquivando la respuesta. Afuera helaba y la tarde era gris y lluviosa. Hacía dos semanas que la habían echado del trabajo y todavía estaba rara. Se tenían que mudar. Había que ver cómo se rescindía el contrato y cuánta plata del depósito iban a perder.

Nico seguía al lado suyo, expectante. Los ojos enormes clavados en su cara. Mariana sopló la taza de té y la apoyó en un mantelito tejido al crochet. Quería decirle algo bien cursi, motivador, poético. Una frase de novela. De esas grandilocuentes que después la gente comparte en Facebook junto a la pintura de una mujer poderosa que representa la Madre Tierra y todos ponen Me Gusta. Pero seguía evitando la mirada del nene. Estaba cansada. Cansada de pensar. 

Nico le apoyó la mano en la rodilla y entonces no tuvo más remedio que mirarlo. Para él su mamá (todavía) era un gurú indiscutible. Mezcla de Dalai Lama y el Jefe de los Minisuper de Los Simpson. Mariana sonrió, por primera vez en días. No pudo evitar pensar en todo lo que le había costado traerlo al mundo. En los años de tratamientos, desgaste, peleas. En esa sensación explosiva que había sentido cuando escuchó los latidos en el ecógrafo. En la primera vez que lo había sostenido en brazos y había sentido la fragilidad de su piel. ¿Este ser humano salió de mí? En los meses de dormir entrecortado. En los pasitos de unos pies descalzos que corrían por el pasillo a la madrugada para colarse como un polizón en la cama grande. En esa energía imparable que la conectaba a 220.

Y una lágrima se le escapó, rebelde. Volvió la vista a la ventana y ya era de noche. La llovizna había parado y la calle estaba iluminada. El paisaje ya no era tan desolador. Nico seguía recostado sobre su rodilla, concentrado.

La felicidad es que estemos juntos. Le dijo después de unos segundos. Estaba convencida de que iban a lloverle cientos de preguntas. Hasta estaba dispuesta a enfrentarse de lleno a la sensiblería y llorar junto a su hijo, abrazados los dos, diciéndose cuánto se aman. Pero Nico dijo "Ah" y salió corriendo. Los niños a veces tienen un abrumador poder de síntesis y de olvido. Mariana se sintió ridícula. Apuró la taza de té, escondiendo los ojos húmedos. Como si alguien pudiese verla.