viernes, 28 de mayo de 2021

El gato y la paloma

 -¿Cómo es ser un gato, Don Bigotes? –preguntó esa tarde la paloma gris mientras se posaba en la ventana.

El gato blanco y peludo se estiro muy despacito, movió los bigotes haciéndose el importante y se sentó mirando hacia afuera.

-Ser gato es lo mejor –dijo después de una pausa larga-. Mí día está lleno de cosas interesantes.

La paloma inclinó la cabeza.

-¿Más interesante que volar en círculos y ver los árboles desde el cielo? Quedan tan chiquitos como brócolis, le juro- dijo la paloma inflando el pecho plumoso.

-Pfff –exclamó Don Bigotes, burlón-. Usted porque nunca probó lo que se siente inspeccionar cajas de cartón. Romperlas de a poquito… Meterse adentro… ¿Sabe lo difícil que es eso?

La paloma no le creía nada, la vida de gato se le hacía aburridísima. Estaba curiosa por saber más, pero por las dudas se mantenía a distancia. Porque una cosa es ser amiga de un gato y otra, ser demasiado confiada. Don Bigotes no dejaba de tener colmillos afilados y garras de tigre y todas esas cosas felinas que a las aves las ponen nerviosas.

-No me imagino que una caja sea divertida –contestó, sin ganas-. Yo a la tarde, por ejemplo, me voy a la plaza y los chicos me dan miguitas de pan.

La paloma decía esto muy orgullosa porque le gustaba un montón ser amiga de los nenes y las nenas. Volar con las alas desplegadas, posarse en el piso y que todos se pongan contentos de verla. Siempre alguien gritaba “mirá la paloma” o “qué linda la paloma” y ella agitaba la colita como si bailara.

-¿Pan? Puaj –retomó el gato-. Acá me sirven las mejores comidas y en mi plato plateado, nada del piso. Y cuando estoy lleno, me voy a dormir al solcito, panza arriba.

-Ah, eso también me gusta eh. El solcito de la mañana hace que mis plumas se vean tornasoladas… –dijo la paloma, pensativa.

-Ay no, las plumas me parecen feas. Yo tengo este pelaje brillante que limpio todos los días con mi lengua. ¡Mire qué esponjoso! –Y Don Bigotes movió la cola peluda de un lado a otro.

-¿Con la lengua? –gritó espantada la paloma gris, pegando un salto-. Ah, pero eso sí que es un asco, discúlpeme Don Bigotes-. Yo me baño con el agua de los charcos y con la lluvia.

-El agua es para los peces –contestó muy serio el gato frunciendo la frente. Los pelos le tapaban los ojos y a ella le dio risa.

La paloma se estaba cansando un poco de las respuestas gatunas así que ensayó otra pregunta.

-¿Y usted hace ejercicio? ¿Corre, trepa? –dijo, como si nada, caminando unos pasos por el marco de la ventana.

-Yo ya soy un gato mayor –dijo él, un poco ofendido.

¡Qué gato antipático! Pensó la paloma. Pero no dijo nada, porque él se enojaba muy fácil. Lo miró pasearse por la alfombra como si siguiera pensando qué decir.

-Pero, aunque ya no trepo, igual siempre estoy muy ocupado –añadió Don Bigotes tratando de ser amigable-. Me la paso tirando las cosas que las personas dejan sobre la mesa. Esa sí es una tarea agotadora. Siempre hay algo nuevo para tirar.

-¿Así que tirar cosas? ¿Cómo es eso?

-Usted pone la garrita así –dijo el gato ahuecando su pata y moviéndola contra el piso como si jugara con una pelota invisible- y una por una, empuja las cosas hacia el suelo.

-¿Y eso para qué sirve? –preguntó ella, un poco confundida.

-¡Para llamar la atención! Usted no sabe mucho de la vida con personas, ¿no?

La paloma se movió de nuevo sobre el marco de la ventana, alterada. Don Bigotes podía ser un poco presumido algunas veces. Con su almohadoncito, su collar con cascabel, esa cola lanuda como plumero…

El gato ya estaba cansado. Bostezó y se acomodó sobre el almohadón, hecho un ovillo.

-Bueno, me voy yendo –comentó ella, como al pasar-. Nos vemos la próxima así me termina de contar sobre su vida de gato.

Don Bigotes ya no la escuchaba. Roncaba como un rinoceronte resfriado. La paloma abrió las alas y se perdió entre las nubes bajas. El sol brillaba bien alto y las hojas se sacudían lentamente con el viento de primavera.

-¡Qué sabrán estos dos! –dijo muy altiva una lagartija que había escuchado todo desde la pared del jardín-. A mí, si me cortan la cola, me crece de nuevo. Plumas y pelos…  ¡Todo el mundo sabe que no hay nada mejor que las escamas!

La lagartija sonrió con sus labios reptiles, trepó la pared y se escondió muy rápido entre las hojas de la enredadera.

jueves, 20 de septiembre de 2018

Mamá casita

"Mami, vos sos como una casita"
me dice, y se acurruca en mi pecho
en donde ya casi no entra, porque está kilométrico

Y me pongo a pensar en la maternidad
esa experiencia intransferible
de ser hogar
en cómo nuestras crías nos habitan
dentro y fuera

Somos mucho más que un cuerpo
somos refugio
donde siempre hay lugar para un abrazo
palabras
o una sonrisa

Quiero ser una mamá casita
para siempre

sábado, 2 de julio de 2016

Empatía

Yo tenía sólo 5 años pero me acuerdo del gesto. Se arrodilló para llegar a mi altura, me corrió el pelo de la cara, me miró con compasión. Tenía la mano fría pero no me importó. Su mirada era cálida. Creo que me dijo "¿por qué llorás?" y noté su tono preocupado, sus buenas intenciones. No estoy seguro de cómo reaccioné. No sé siquiera si le hablé. Mi mamá me decía siempre que no hablara con extraños. Pero había algo en esa mujer que me hacía sentir cómodo. Era como una abuela joven o como esa maestra que hasta parece una tía. Sonreía y a uno se le iban secando las lágrimas y se le llenaba de nuevo el corazón de alegría y las piernas de ganas de correr. Nunca supe quién era esa señora. Pero ahora, cincuenta años más tarde, cuando tengo que hacer algo que me da mucho miedo, cierro los ojos y pienso en su sonrisa.

Las mujeres fuertes


Las mujeres fuertes son las que se ríen de sí mismas. Las que no necesitan juzgar a nadie. Son las mujeres que se apoyan mutuamente, las que no necesitan pensar igual para respetar a otras. Son parte de un tejido, ligamentos de una red invisible, raíces de un cambio profundo. Revolucionarias. Silenciosas.

Las mujeres fuertes abrazan y lloran, acunan y abrigan, aman y gozan. Más allá de lo esperado. Sin reproches. Mujeres amigas, madres, nietas, hermanas, abuelas, hijas, ancianas, jóvenes. Con el alma partida, con la consciencia a cuestas, con historias dolorosas, pero amor en el corazón.

lunes, 28 de marzo de 2016

El tachero


El tachero parecía cansado. Las ojeras le marcaban dos surcos en la cara flaca y su voz sonaba apagada. Casi se perdía en el asiento del conductor. Me levanté a las 5 de la mañana y salí de La Plata, dijo al pasar. Ya eran las 10 de la noche. Qué aguante, pensé. Él siguió hablando. Hoy tengo que hacer $2.700 y volver. Tengo a mi hija internada y tenemos que juntar 40 lucas. ¿Viste eso que dicen las viejas? ¿Que lo único que importa es la salud? Bueno, yo te digo que es así. Escuchás a la gente quejarse por pavadas, cosas que pasan. Yo acababa de sacar el 0 km, lo estaba ablandando. Estaba preocupado por el auto. ¡El auto! Y a mi nena mayor se le declaró leucemia. ¿Sabés lo que es que se te venga el mundo abajo? Ya pasaron muchos meses, y gracias al Dr. Pavlovsky que le hizo un autotransplante está saliendo adelante. Hizo un silencio que pareció eterno. No supimos si responder. Por eso, lo importante es la salud. Nos miró por el retrovisor, pensativo. Cuiden a su pibe, disfruten, valoren lo que tienen.

Y en un viaje de veinte minutos, con el estómago y los pensamientos convertidos en un remolino, una sensación de gratitud me invadió el cuerpo. Algo hizo que le apretara fuerte la mano a Octavio, como si quisiera protegerlo para siempre. Él me miró serio, curioso. Agradecí esos ojos curiosos. Y más agradecí que este papá emocionado le recordara a cada pasajero el valor de la vida.

miércoles, 15 de abril de 2015

Amores anónimos

Llegaron a la esquina y se dieron un beso. No cualquier beso. Un beso de película, ella inclinada unos centímetros hacia atrás, el pelo volando en el viento. Un beso que duró todo el semáforo. Se separaron sonriendo, como esa gente que guarda promesas en los ojos. Ella avanzó sobre el puente y se desdibujó a lo lejos, entre las nubes grises.
¿Quién escribe esas historias de amor anónimas? Alguien debería.

martes, 20 de enero de 2015

¿Qué es la felicidad, mamá?

¿Qué es la felicidad, mamá? Le preguntó Nico a Mariana una tarde de junio. Ella miró por la ventana, esquivando la respuesta. Afuera helaba y la tarde era gris y lluviosa. Hacía dos semanas que la habían echado del trabajo y todavía estaba rara. Se tenían que mudar. Había que ver cómo se rescindía el contrato y cuánta plata del depósito iban a perder.

Nico seguía al lado suyo, expectante. Los ojos enormes clavados en su cara. Mariana sopló la taza de té y la apoyó en un mantelito tejido al crochet. Quería decirle algo bien cursi, motivador, poético. Una frase de novela. De esas grandilocuentes que después la gente comparte en Facebook junto a la pintura de una mujer poderosa que representa la Madre Tierra y todos ponen Me Gusta. Pero seguía evitando la mirada del nene. Estaba cansada. Cansada de pensar. 

Nico le apoyó la mano en la rodilla y entonces no tuvo más remedio que mirarlo. Para él su mamá (todavía) era un gurú indiscutible. Mezcla de Dalai Lama y el Jefe de los Minisuper de Los Simpson. Mariana sonrió, por primera vez en días. No pudo evitar pensar en todo lo que le había costado traerlo al mundo. En los años de tratamientos, desgaste, peleas. En esa sensación explosiva que había sentido cuando escuchó los latidos en el ecógrafo. En la primera vez que lo había sostenido en brazos y había sentido la fragilidad de su piel. ¿Este ser humano salió de mí? En los meses de dormir entrecortado. En los pasitos de unos pies descalzos que corrían por el pasillo a la madrugada para colarse como un polizón en la cama grande. En esa energía imparable que la conectaba a 220.

Y una lágrima se le escapó, rebelde. Volvió la vista a la ventana y ya era de noche. La llovizna había parado y la calle estaba iluminada. El paisaje ya no era tan desolador. Nico seguía recostado sobre su rodilla, concentrado.

La felicidad es que estemos juntos. Le dijo después de unos segundos. Estaba convencida de que iban a lloverle cientos de preguntas. Hasta estaba dispuesta a enfrentarse de lleno a la sensiblería y llorar junto a su hijo, abrazados los dos, diciéndose cuánto se aman. Pero Nico dijo "Ah" y salió corriendo. Los niños a veces tienen un abrumador poder de síntesis y de olvido. Mariana se sintió ridícula. Apuró la taza de té, escondiendo los ojos húmedos. Como si alguien pudiese verla.