-¿Cómo es ser un gato, Don Bigotes? –preguntó esa tarde la paloma gris mientras se posaba en la ventana.
El gato blanco y peludo se estiro muy
despacito, movió los bigotes haciéndose el importante y se sentó mirando hacia
afuera.
-Ser gato es lo mejor –dijo después de una
pausa larga-. Mí día está lleno de cosas interesantes.
La paloma inclinó la cabeza.
-¿Más interesante que volar en círculos y ver
los árboles desde el cielo? Quedan tan chiquitos como brócolis, le juro- dijo
la paloma inflando el pecho plumoso.
-Pfff –exclamó Don Bigotes, burlón-. Usted
porque nunca probó lo que se siente inspeccionar cajas de cartón. Romperlas de
a poquito… Meterse adentro… ¿Sabe lo difícil que es eso?
La paloma no le creía nada, la vida de gato se
le hacía aburridísima. Estaba curiosa por saber más, pero por las dudas se
mantenía a distancia. Porque una cosa es ser amiga de un gato y otra, ser
demasiado confiada. Don Bigotes no dejaba de tener colmillos afilados y garras
de tigre y todas esas cosas felinas que a las aves las ponen nerviosas.
-No me imagino que una caja sea divertida
–contestó, sin ganas-. Yo a la tarde, por ejemplo, me voy a la plaza y los
chicos me dan miguitas de pan.
La paloma decía esto muy orgullosa porque le
gustaba un montón ser amiga de los nenes y las nenas. Volar con las alas
desplegadas, posarse en el piso y que todos se pongan contentos de verla.
Siempre alguien gritaba “mirá la paloma” o “qué linda la paloma” y ella agitaba
la colita como si bailara.
-¿Pan? Puaj –retomó el gato-. Acá me sirven las
mejores comidas y en mi plato plateado, nada del piso. Y cuando estoy lleno, me
voy a dormir al solcito, panza arriba.
-Ah, eso también me gusta eh. El solcito de la
mañana hace que mis plumas se vean tornasoladas… –dijo la paloma, pensativa.
-Ay no, las plumas me parecen feas. Yo tengo
este pelaje brillante que limpio todos los días con mi lengua. ¡Mire qué
esponjoso! –Y Don Bigotes movió la cola peluda de un lado a otro.
-¿Con la lengua? –gritó espantada la paloma
gris, pegando un salto-. Ah, pero eso sí que es un asco, discúlpeme Don
Bigotes-. Yo me baño con el agua de los charcos y con la lluvia.
-El agua es para los peces –contestó muy serio
el gato frunciendo la frente. Los pelos le tapaban los ojos y a ella le dio
risa.
La paloma se estaba cansando un poco de las
respuestas gatunas así que ensayó otra pregunta.
-¿Y usted hace ejercicio? ¿Corre, trepa? –dijo,
como si nada, caminando unos pasos por el marco de la ventana.
-Yo ya soy un gato mayor –dijo él, un poco
ofendido.
¡Qué gato antipático! Pensó la paloma. Pero no
dijo nada, porque él se enojaba muy fácil. Lo miró pasearse por la alfombra
como si siguiera pensando qué decir.
-Pero, aunque ya no trepo, igual siempre estoy
muy ocupado –añadió Don Bigotes tratando de ser amigable-. Me la paso tirando
las cosas que las personas dejan sobre la mesa. Esa sí es una tarea agotadora.
Siempre hay algo nuevo para tirar.
-¿Así que tirar cosas? ¿Cómo es eso?
-Usted pone la garrita así –dijo el gato
ahuecando su pata y moviéndola contra el piso como si jugara con una pelota
invisible- y una por una, empuja las cosas hacia el suelo.
-¿Y eso para qué sirve? –preguntó ella, un poco
confundida.
-¡Para llamar la atención! Usted no sabe mucho
de la vida con personas, ¿no?
La paloma se movió de nuevo sobre el marco de
la ventana, alterada. Don Bigotes podía ser un poco presumido algunas veces.
Con su almohadoncito, su collar con cascabel, esa cola lanuda como plumero…
El gato ya estaba cansado. Bostezó y se acomodó
sobre el almohadón, hecho un ovillo.
-Bueno, me voy yendo –comentó ella, como al
pasar-. Nos vemos la próxima así me termina de contar sobre su vida de gato.
Don Bigotes ya no la escuchaba. Roncaba como un
rinoceronte resfriado. La paloma abrió las alas y se perdió entre las nubes bajas.
El sol brillaba bien alto y las hojas se sacudían lentamente con el viento de
primavera.
-¡Qué sabrán estos dos! –dijo muy altiva una
lagartija que había escuchado todo desde la pared del jardín-. A mí, si me
cortan la cola, me crece de nuevo. Plumas y pelos… ¡Todo el mundo sabe que no hay nada mejor que
las escamas!
La lagartija sonrió con sus labios reptiles,
trepó la pared y se escondió muy rápido entre las hojas de la enredadera.