Estiro el brazo y te busco. La cama se me hace vacía cuando no estás. Un abismo frío en el que caigo sin darme cuenta. Abro los ojos. No estás. ¿Te fuiste sin avisar? ¿Te fuiste para siempre? La luz tenue de la madrugada me cobija, pero no puedo dejar de sentirme sola. Tu cuerpo tibio me abriga y me protege, ¿dónde estás? Me revuelvo incómoda, las sábanas me pesan y la oscuridad me ahoga. Me siento en silencio, conteniendo la angustia. ¿Te fuiste lejos? El cuarto es un desierto, el aire es espeso y cada vez me cuesta más respirar. Me arrastro sobre mis pies torpes, casi sonámbula. La noche es eterna sin vos. ¿Me dejaste? Siento el sudor helado y el corazón latiendo, el agobio de mis pulmones que colapsan sin remedio. Entonces, cuando empiezo a pensar que sí, que es irreversible tu ausencia y la noche va a tragarme en su negrura llevándose consigo todo lo bueno de la vida, te veo. Estás acurrucado en una silla, roncando. Una bolita de pelos grises. Un pompón felino de amor. ¿Por qué te fuiste de la cama, Tomy?
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