Cuando nos casamos me dijiste: "Vamos a recorrer el mundo, visitemos playas exóticas y volcanes en extinción, crucemos Italia en auto, conozcamos cómo se cosecha arroz en China, trabajemos un año en una colonia menonita". Pero mujer -te dije yo poniendo paños fríos- primero tenemos que trabajar y hacer dinero, después veremos. Al otro año volviste a insistir: "La vida es corta, quiero conocer la India, Japón, Turquía. Quiero nadar en el Mar Negro y volar en aladelta." A lo que te volví a hacer comprender que todavía no era el momento. Pero nunca te conformaste. Cada año un nuevo planteo: "Tengamos un hijo, imaginate un bebé gateando por nuestra casa, llenando esta soledad de risas y llantos, de amigos y de felicidad". "Ayudemos a otros, compartamos las penas de gente desconocida, tenemos tiempo libre, ayudar es bueno". "Salgamos a pasear, hay sol y es un día hermoso, hay tantos museos y restaurantes". "Visitemos a tu familia, yo sé que te extrañan, sorprendamos a tu mamá en su cumpleaños". Y así, hasta el cansancio, tu voz aturdiendo mis tímpanos con inacabables pedidos, reclamos exagerados y comentarios absurdos. Que la vida no es sólo trabajo, que hay más que eso, que los años pasan y no vuelven, que hay que disfrutar. Años y años escuchándote molestarme con tus ideas de libertina, así que te lo digo bien claro: si vas a seguir pidiendo cosas te vas. No soy yo quien te corta las alas, Isabel, es la vida misma. La realidad es ésta y vos no querés verla. Es una pena, pero es así. Isabel, ¿me oís? Isabel. ¿Isabel? ¡Isabel! Isabel...
Me gustó mucho, cruel pero reflexivo.
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