martes, 15 de julio de 2014

Infidelidad

Ese mensaje era una burla. Una burla cruel riéndosele en la cara. Tantos años de lealtad. Tantas palabras de amor. Todo esfumándose en el ínfimo tiempo que tardan dos manos torpes en escribir unas líneas con descuido y presionar Enviar. Lo releyó despacio, sufriendo, torturándose por haber sido tan crédulo. Hundió la cabeza en sus manos con desesperación. "La telefonía celular es el fin del romance" -pensó atormentado- "la decadencia devenida tecnología, la corrupción del alma humana, la invalidación de los sentidos". Su corazón de poeta se colmó de congoja y vergüenza. Repasó en su mente las promesas traicioneras recién descubiertas e imaginó incluso el tono jocoso con el cual el desconocido habría escrito las necias frases plagadas de errores ortográficos. Y sin más preámbulos, la melancolía dio paso a la cólera y un torbellino de improperios brotó como un vómito de su boca. Entonces la ira fue incontenible, se apoderó de sus entrañas, tiñendo sus mejillas de rojo sangre. Exactamente en el preciso momento en que la indigna se acercaba a la mesa, sus miradas se encontraron. Él sabía que tenía que actuar rápido. El bar estaba repleto de gente. Furioso, se puso de pie y alzó el teléfono, agitándolo con desprecio en señal de lamentable triunfo. Ella se detuvo a pocos pasos, suspiró, revoleó los ojos con hartazgo. Pronunció cada sílaba con lentitud y condescendencia, como quien le habla a un bebé que está sacándonos de quicio. 
-Sebastián, ¿de nuevo le revisaste la cartera a una mina de otra mesa?

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