La miró por última vez, recordando. Habían sido tres años hermosos. Momentos compartidos, fotos, miles de emails y mensajes, noches de insomnio. Lo que los unía era fuerte, era una relación de confianza, de armonía, de profunda necesidad. Pero él sentía el desgaste. Por más que intentara seguir sosteniendo el idilio que los unía, en el fondo tenía la convicción de que ya era hora. Había que enfrentarse a la realidad, decir "hasta acá llegamos, es lo mejor", ponerse los pantalones. Aunque fuera duro.
Es que al final uno se acostumbra y cada año se hace más difícil. Y el cansancio crece hasta convertirse casi en saturación, haciendo todo cuesta arriba. Empiezan los problemas de comunicación, la lentitud de respuesta, las múltiples fallas. Nada es igual. Es el momento de un cambio.
Bajó la vista con tristeza, con la sabiduría de quien sabe que toma una decisión dolorosa pero necesaria. Abrió la bolsa y puso la caja de cartón sobre la mesa. Miró maravillado la pantalla brillante de impecable diseño y se volteó para darle un beso a su destruida BlackBerry, casi al pasar, mientras comenzaba a jugar con los íconos del iPhone con el entusiasmo de un nene.
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