Habían sido incómodos depósitos de imágenes móviles; túneles nostálgicos de los que acumulan súplicas inútiles, catástrofes pálidas, escrúpulos lánguidos. Fueron transformándose en cántaros vírgenes repletos de espíritus nómades tan cálidos como frágiles. Como cárceles tétricas o cráteres escuálidos, las épocas y el éxito los hicieron náufragos. Nosotros pasábamos rápido, próximos pero no intérpretes; mínima brújula estática, apenas, a veces hermética. Los llamábamos utópicos.
Cuando ellos, súbitos; ya cínicos y ásperos, fueron convirtiéndose en género, amándose espontáneos, alejándose del título de víctimas; sus códigos fueron hábitos. Hábitos indóciles, anárquicos, autónomos; pájaros anónimos anunciándonos místicas pretéritas. Débiles y frívolos contemplábamos con descrédito su poco lógica y armónica fórmula. Asustándonos de todo lo incorpóreo, patéticos, escépticos para entender lo heterogéneo, dejamos que un período mísero fuera enterrándonos en cerámicas insípidas y mástiles lúgubres. Fuimos múltiples cadáveres pútridos, y minúsculas córneas.
Como héroes, sus vástagos crecieron sin cólera, recíprocos y diáfanos y lúcidos; llenándonos los cráneos fósiles de vísceras vivas, reviviéndonos los órganos: el estómago, el hígado, los músculos, las vértebras; con su metáfora de música. Subterráneos; acurrucados en fértiles úteros cóncavos (antes áridos y estériles), cubiertos de líquidos sanguíneos; sentimos nítido cómo iba absorbiéndonos, otra vez, el océano de oxígeno.
Consigna: Escribir un texto con predominio de palabras esdrújulas (2003).
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