jueves, 19 de junio de 2014

Indignación

Ahora llego y le digo. Algo le tengo que decir. Capaz no es para tanto... Pero hoy es un par de zapatos y mañana es un pantalón o un saco nuevo. ¡O una campera de cuero! Y acá el que se mata trabajando soy yo. Sí, definitivamente se lo tengo que decir. Es que me da bronca, yo en la oficina ochocientas horas y ella tirada en el sofá todo el día. Y me la tengo que bancar, porque yo elegí que sea así, es mi culpa en el fondo. ¡Si al menos fuera más tranquila sería otra cosa! Pero es demandante, nunca nada alcanza. La verdad que estoy cansado de esto. ¿Qué soy, el imbécil que trabaja? ¿Me vio la cara? ¡Harto estoy! Todo el día frente a una computadora, solucionándole la vida a medio mundo, sacando las papas del fuego, ayudando a mi jefe a quedar siempre bien... Todo para que la señorita disfrute de un vida de lujos. Al final siempre salgo perdiendo, porque me agarra cansado y no le digo nada. Y así pasan los días, las semanas, ¡la vida! ¡La vida se me pasa! Querida, ¿quién te lleva de paseo siempre que puede? ¿O no la llevé a la playa este verano? Perdón que no sea Cancún... Yo hago lo que puedo, soy un simple empleado. A veces siento que no me valora, que todo lo que hago es lo mismo que nada. Hoy mismo aclaramos esto. ¡Me podré dejar pisotear por mi jefe pero esto ya es mucho! Ahora me va a escuchar. Abro la puerta y se lo digo. Ni dejo que me salude.
-No, Laika, dejá de mover la cola. Tenemos que hablar muy seriamente sobre el par de zapatos que te comiste ayer.

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