miércoles, 18 de junio de 2014

Eugenio

Eugenio es un excelente hombre. Con presencia y estilo. Hasta se peina siete veces al día. Algunos dirían que es un poco obsesivo, yo no me canso de decir que es coqueto. Apenas si tiene algunos pelos en la parte de atrás de la cabeza., pero es que él es tan meticuloso... Limpio y detallista.

Eugenio es, ante todo, una buena persona. Sí, Marta. Una buena persona. Todos los domingos me ayuda con la depilación, a veces reza, casi siempre da el asiento en el colectivo (como yo le enseñé). Y es un gran trabajador. De lunes a viernes se pone su camisa planchada con apresto, se toma el subte y llega puntualmente a la oficina. Siempre es el primero. Es por eso que sus compañeros de oficina lo odian. Envidia pura. En-vi-dia. Ya quisieran ellos tener esas camisas planchadas a la perfección. Porque Eugenito siempre fue a todos lados vestido como un señorito. Chaleco combinado con el pantalón, zapatos lustrados, raya al medio. A los cumpleaños iba tan bien vestido que al final no jugaba, ¡para no ensuciarse! Es que él es tan respetuoso. Sobre todo porque sabía que era yo la que -si no- después se deslomaba lavando ropa.

Cuando creció, lo mismo. A la facultad siempre de punta en blanco. Tan buen mozo iba que las chicas no le hablaban. No estaban acostumbradas a un hombre con todas las letras. Además a Eugenio si hay algo que le sobra es respeto por las mujeres. Eso lo aprendió de mí, claro. La educación es lo más importante, Eugenio, grabátelo en esa cabecita de chorlito, ¿querés? Así le decía. ¡Y vieras cómo aprendió! La mano dura en esto de criar chicos es lo mejor. ¿O no dicen siempre que es mejor un cachetazo a tiempo que lamentarse luego? Apenas Eugenito se hacía el vivo, contestaba, miraba raro, repetía groserías o decía cosas inadecuadas (y los chicos no paran de repetir porquerías que oyen por ahí)... ¡Paff! Ya me vas a entender cuando tengas hijos, le decía yo. Bueno, hijos finalmente nunca tuvo. Pero que me entendió, me entendió.

Ahora es un hombre de bien, una persona hecha y derecha. Un orgullo para la familia. Es cierto que a veces anda tristón. Sí, es de deprimirse como se dice ahora. Eso seguro lo heredó del padre, que era (dios lo tenga en la gloria) medio idiota. Digo medio porque no quiero ofender a los muertos. Juan Carlos (que en paz descanse) nunca tuvo carácter. Dejalo al Euge, tiene que hacer cosas de chico. Que se ensucie, que se suba al árbol, que acaricie a ese perro sarnoso todo mugriento de la calle. Total, la que después lo tenía que socorrer era yo. Como madre vos me sabrás entender. ¡Si habré sufrido por sus rodillas lastimadas! Cada gota de Pervinox derramada era un mar de lágrimas para mí. Pero Juan Carlos insistía. Rosa, dejalo. Rosa, no le grites. Rosa, no es para tanto un vaso roto. Si hubiera sido por su padre Eugenito hoy sería guerrillero. O peor, un loquito de esos que ven ovnis.

¿Y el día que se puso de novio? Casi me muero. Si hubiera sido por su padre, que la trataba tan bien, esa chica todavía estaría acá. Pero yo las conozco a esas chiquitas, todas sonrisas, todas modales y apenas pueden te clavan el puñal por la espalda. Él era demasiado bueno para conformarse con la primera que pasaba. Por eso le aconsejé lo mejor y la dejó. Apostó a su carrera, como debe ser. ¡Juan Carlos se puso tan triste! Rosa, dejalo ser, está enamorado, es una chica buena y estudiosa. Por suerte yo jamás lo escuché. Juan Carlos era muy blando. Y gracias a que yo le inculqué a Eugenio moral y valores fue que terminó siendo el gran hombre que es hoy. Contador, jefe, honesto. Una figura de referencia para sus empleados. A veces viene todo enojado porque encuentra cargadas en su escritorio. Como esa hoja que decía no sé qué pavada que le pegaron en la silla. Sigo sin entender cuál era la gracia, pero seguro fue un error. ¡Si Eugenio es un líder ejemplar! De esos jefes que dejan un legado y enseñan el camino a sus inferiores. Cuando tiene que decir no, es no. Aunque tiene sus debilidades y más de una vez le dio el día libre a alguna chica linda. Y bueno, es hombre. A una tal Carla (una rapidita de aquellas) ya se le murió el abuelo como cinco veces. Yo le digo: Eugenio, date cuenta, te pasan por arriba tus empleados. Sergio Ávila se enferma cada vez que juega Boca. La otra, Patricia (otra ligera), llega todos los días a las 10 y se pone a tomar mate. Tenés suerte si en toda la mañana te atiende dos veces el teléfono. El muchacho de pago a proveedores está todo el santo día ticki ticki ticki con la computadora, mandándole mensajitos a la novia (como buen pollerudo que es). Menos mal que me tiene a mí que lo avivo un poco y que soy una persona tranquila y abierta de mente. No es fácil guiar un grupo humano como ese, tan diverso. Son chicos buenos... A ver, un poco lentos. Les cuesta. Capaz tendría que pedirle a otra persona que le tome a los empleados, eso es cosa de recursos humanos y no de contadores, es eso.

Y no sólo Eugenio es un profesional admirable sino que, además, es un caballero, como dios manda. Educado, colaborador, honesto. Gana poquísimo en esa empresita pero sería incapaz de irse porque está comprometido. Él quiere verla triunfar. Esos son valores que ya no se ven en esta época, Marta. Igual siempre le digo que lo están estafando, que se aprovechan. ¡Eugenio pedí un aumento! Trabajás hasta los feriados y tu secretaria Carolina veranea en el Caribe mientras nosotros nos vamos a San Clemente con la plata de MI pensión.

Bueno, pero me fui de tema. La cosa es que Eugenio es un hombre de bien. Es tan pero tan buen jefe que los viernes se queda hasta tarde para que todos se vayan antes. ¿Podés creer? ¿No serás demasiado permisivo? Le digo. No, así los empleados trabajan más contentos, mamá. Está bien, yo seré una vieja anticuada. La semana pasada, para mi gusto, se pasaron de la raya. Le dejaron una pila de trabajo y se fueron todos a almorzar a la vuelta. ¿Te pensás que alguno volvió? Se habrán tomado un cajón de cerveza y se durmieron la mona. Es que se le ríen en la cara. Le tomaron el tiempo ya. ¿Te acordás que Eugenio de chico no se integraba a los otros chicos? Tenía que ir y darle un sopapo adelante de todos y obligarlo. ¡Qué chico opa! Ahora no puedo, pero qué bien le vendría un empujoncito extra. A ver si se pone los pantalones de una vez en esa oficina.

Pero, como te decía, Eugenio es una persona especial. De esa gente que hace la diferencia en este mundo. Fijate que hace algunas noches que no me deja cocinar, me pide que me vaya a la cama a descansar y ver la novela y después, tipo 9, me trae la comida a la cama. ¿No es un sol?

Justo recién, como agradecimiento, me puse a ordenarle las cosas del trabajo. Es que estaba aburrida, como no me deja cocinar... ¿viste? Le acomodé la plata en la billetera, le guardé las planillas en una carpetita, le tiré los papeles de golosinas (qué cantidad de basuras que come en el trabajo y yo cocinando sin aceite por el colesterol). Y ordenando, sin querer, por supuesto, veo un frasquito de vidrio que dice TOXIC y un montón de palabras en inglés. Estaba escondido en un bolsillito. El frasco es como un gotero. Entonces escucho que Eugenio viene a la habitación, dejo todo y le aviso que le estuve acomodando. Se enojó bastante. La cosa es que se llevó el maletín y me dijo que me quede acá, que ahora me trae la comida. Muy serio.

Estoy preocupada, ¿para qué tendrá ese frasco en el maletín, Marta? ¿O soy yo que vi ese programa de CSI y me quedé sugestionada? Cuando escuches el mensaje, llamame. ¿Qué vamos a hacer con Eugenio, Marta?

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